miércoles, 7 de noviembre de 2007

Paca, la parca,

mi vecina del quinto,

la que mira al fuego

con ojos de esparto, de mimbre,

cansados,

que derraman muerte

con cada lágrima,

hila y teje

cuanto la rodea

mientras baja la bolsa

de la basura, despacio,

calladamente y con resuello.

Los pájaros la sobrevuelan

aderezando su caminar lento,

los faros de los coches,

luciérnagas descastadas

de algún lejano enjambre,

recortan su encorvada efigie,

mientras su caminar lento,

arrastrando letanías sin nombre,

marca el taciturno compás

de los que hoy morirán.

Paca, parca del atardecer,

parca de las calles monótonas,

parca de los desconocidos,

contempla con pequeñas pupilas,

casi escondidas,

al hombre del negro sombrero

ladeado,

mientras arroja la bolsa

a un contenedor solitario

con un ademán descarado,

blasfemo, despectivo,

en mitad de una calle

ya para siempre escenario de muerte.


Daniel Rivas

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