Paca, la parca,
mi vecina del quinto,
la que mira al fuego
con ojos de esparto, de mimbre,
cansados,
que derraman muerte
con cada lágrima,
hila y teje
cuanto la rodea
mientras baja la bolsa
de la basura, despacio,
calladamente y con resuello.
Los pájaros la sobrevuelan
aderezando su caminar lento,
los faros de los coches,
luciérnagas descastadas
de algún lejano enjambre,
recortan su encorvada efigie,
mientras su caminar lento,
arrastrando letanías sin nombre,
marca el taciturno compás
de los que hoy morirán.
Paca, parca del atardecer,
parca de las calles monótonas,
parca de los desconocidos,
contempla con pequeñas pupilas,
casi escondidas,
al hombre del negro sombrero
ladeado,
mientras arroja la bolsa
a un contenedor solitario
con un ademán descarado,
blasfemo, despectivo,
en mitad de una calle
ya para siempre escenario de muerte.
Daniel Rivas
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