sábado, 10 de noviembre de 2007

Rescate pertinente de un grande

La poesía amorosa de Pedro Salinas, o la "prosía", como gustaba de llamarla en tono bromista y amable su gran amigo Federico García Lorca, aludiendo al carácter algo prosaico de la misma, ofrece una visión de la mujer única en la historia literaria española: la de un reducto donde reposa el conocimiento último del mundo, la de un cristal donde relumbra el funcionamiento interno de la naturaleza y de la sociedad que le tocó vivir al poeta. Pero, ya de forma más concreta, la mujer es, para Salinas, el encontronazo definitivo con la esencia incorpórea del sentimiento amoroso, aquel que hace que olvidemos los disfraces que nos pusimos el día que elegimos venir al mundo, los disfraces de nuestro cuerpo, de nuestra carne, de los convencionalismos y de los aprendizajes realizados a lo largo de nuestra vida cuyo objetivo ha sido y es el de eliminar la auténtica esencia de cada uno, el de incorporar personajes que se obstinan en aferrarse a una idea "farsante" de nosotros mismos y de nuestros sentimientos. La poesía de Salinas busca, en fin, a través de la figura de la mujer, el rescate de aquel individuo íntegro y completo del que nos olvidamos poco, muy poco después, de nuestro nacimiento.



    Tú vives siempre en tus actos
 
   Tú vives siempre en tus actos.
    Con la punta de tus dedos
    pulsas el mundo, le arrancas
    auroras, triunfos, colores,
    alegrías: es tu música.
    La vida es lo que tú tocas.
    
    De tus ojos, sólo de ellos,
    >sale la luz que te guía
    los pasos. Andas
    por lo que ves. Nada más.
    
    Y si una duda te hace
    señas a diez mil kilómetros,
    lo dejas todo, te arrojas
    sobre proas, sobre alas,
    estás ya allí; con los besos,
    con los dientes la desgarras:
    ya no es duda.
    Tú nunca puedes dudar.
  
    Porque has vuelto los misterios
    del revés. Y tus enigmas,
    lo que nunca entenderás,
    son esas cosas tan claras.
    La arena donde te tiendes,
    la marcha de tu reló
    y el tierno cuerpo rosado
    que te encuentras en tu espejo
    cada día al despertar,
    y es el tuyo. Los prodigios
    que están descifrados ya.
    Y nunca te equivocaste,
    más que una vez, una noche
    que te encaprichó una sombra
    —la única que te ha gustado—.
    Una sombra parecía.
    Y la quisiste abrazar.

Y era yo.

Pedro Salinas .

No hay comentarios: