El naranjo presume de pueblo.
Los aires duermen
debajo de los arcos de la
plaza,
sintiendo tu pulso
elástico y sintiente,
mientras el rayo del sol
se espolvorea sobre el cimiento
rocoso y antiguo
de una iglesia
que arponea el cielo
como si de tu propio corazón
se tratase.
Y miras la herida clara
del cielo,
te miras la herida
anaranjada
por el recuerdo de ella,
tu naranja completa en sí
misma,
y la luz en crisálida de las
farolas
de la Plaza
parece que anuncia
otro recuerdo,
otra vida
que espera que los aires
se despierten,
para que nunca más temas
ni la soledad del naranjo
ni el grito silencioso
de la incertidumbre
del amor siempre escondido
debajo de los arcos.
6/04/2014, en Bujalance.
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